Cuando me llama, voy. Aún cuando no lo hace, allí estoy. Poco a poco, mi aspecto se distorsiona entre huecos vacíos que se llenan de ti y de mí. No esperaba nada, porque éramos. Éramos todo lo que me formaba, y con eso yo, me extasiaba de felicidad. Me acostumbré al sonido de su voz, me gustaba perderme entre los laberintos que formaban sus notas. Nunca fui de pedir nada, siempre intentaba que no se me notara que intentaba llamar su atención, para que me acariciara. Que dibujara la forma de mi cabeza con la yema de sus dedos, y poder huir durante un segundo. Un segundo.
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