Hace 20 años que dejé de existir.
Que cuando mis palabras dejaron de tener sentido, apenas había aprendido a hablar.
Que aprendí a levantarme antes de a caerme, porque sin saberlo, mis mecanismos de defensa ya me decían que vivir no sería fácil.
Y se convirtió en una meta inalcanzable. Disfrutar cada segundo como si no te obstruyesen las arterias los sentimientos.
Mis órganos estaban llenos de mí. Y yo estaba llena de olvido. Y me echaba de menos aún cuando ni me había conocido.
Apagué mis incendios quemándonos y los dejé ir. He sentido la necesidad de ser menos yo y ser más mi. De dejar de ser para, y ser mía.
Oigo ruido donde antes había miradas. Hay desastres donde antes había calma. Sentimientos en los incendios. La libertad ya no lleva coronas, y se vende su propia miseria con cheques al portador.
He perdido la esperanza y ahora se ha hecho realidad. Estamos vacíos de estar tan llenos. ¿Alguna vez has visto la belleza que dejan las cosas al apagarse?
Hace 20 años dejé de existir, y hace unos minutos que empecé a ser.
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