Cuando todo acabó, ella decidió empezar a ser de nuevo. Dejar de ser para volver a no ser lo mismo. Pasaba los días recluida en promesas que se hacía a si misma, y que apuntaba en una lista para devorar su corazón de una estacada. ¿Y las noches? Iba de cama en cama, navegando por sueños ajenos, y mojando la cama de algún desconocido que decidía perderse por sus encantos, lo que no eran más que una ilusión mal dibujada. Su reflejo huyó por el desagüe en un barco hecho de tiempo y navegaba perdido por cualquier espejo. Se buscaba en los recuerdos manchados del café de la mañana, en el periódico, en los besos de despedida que nadie le daba, en las luces ámbar de los semáforos, en cada grito de suicida que dejaba escapar su corazón al tirarse desde el ayer. Y entonces comprendió que el mundo estaba lleno de mentirosos que querían decir la verdad.
domingo, 10 de noviembre de 2013
Aún oigo el roce entre mi cuerpo y tu recuerdo.
Nunca preguntó por qué, simplemente, se dejó llevar hacia dentro, hasta el final, donde ya no hubo marcha atrás. Varada en una playa, habiéndose perdido no una vez, ni dos, sino infinitas veces en aquellos momentos, que le parecían tan suyos. Paseaba por la orilla de los labios que creía conocer, pero que al mirar atrás habían borrado todas las huellas de su paso por allí. Y ahora no era nada más que el roce de un cuerpo con un recuerdo. Los restos de la melodía de una voz que enmudeció. El leve olor que permanecía huyendo de sus manos, y que trataba de coger desesperadamente. Y poco a poco, hablamos de aquella que aprendió a vivir en el recuerdo, que contaba historias a las estrellas de día.
Quien dejó de ser sin preguntarse por qué.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)