Cuando todo acabó, ella decidió empezar a ser de nuevo. Dejar de ser para volver a no ser lo mismo. Pasaba los días recluida en promesas que se hacía a si misma, y que apuntaba en una lista para devorar su corazón de una estacada. ¿Y las noches? Iba de cama en cama, navegando por sueños ajenos, y mojando la cama de algún desconocido que decidía perderse por sus encantos, lo que no eran más que una ilusión mal dibujada. Su reflejo huyó por el desagüe en un barco hecho de tiempo y navegaba perdido por cualquier espejo. Se buscaba en los recuerdos manchados del café de la mañana, en el periódico, en los besos de despedida que nadie le daba, en las luces ámbar de los semáforos, en cada grito de suicida que dejaba escapar su corazón al tirarse desde el ayer. Y entonces comprendió que el mundo estaba lleno de mentirosos que querían decir la verdad.
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