Hizo una montaña de arena con su cúmulo de pequeños problemas, así podía tragárselos todos del tirón y no dejar ninguno. Era una persona indecisa, no sabía qué le aportaba la felicidad y qué la tristeza, así que iba tanteando a ciegas. Explotando seis veces por minuto.
Un día la ves y al siguiente ya se había ido, con su maleta llena de sueños y algún que otro remordimiento, buscando de cama en cama alguien con suficientes lunares en la espalda, para contarlos durante toda la eternidad, y perderse entre lo caminos de piel en los que escribía cartas de agradecimiento.
Se ataba a una farola y esperaba en la luz, bailando bajo la luna loca, a alguien que la recogiera y le hiciera el amor, y la hiciera olvidar, su montaña de problemas, que nunca supo digerir.
Porque era una transeúnte solitaria, en busca de alguien que explotara con ella.