lunes, 8 de diciembre de 2014

Días, tarde y noches de esquizofrenia aguda, a manos de la locura.


Encendió un cigarrillo a la mitad. El teléfono vibraba sin parar y una y otra vez aparecía un nombre que deseaba olvidar. Salió a la terraza en busca de alivio, de aire, de silencio. Quería que su mundo dejara atrás todo aquel terremoto que le había puesto patas arriba. Poner los pies en la tierra. Dejar atrás todo lo que lo destrozaba. Era un hombre en pedazos, tan pequeños, que eran imposible recuperarlo totalmente. Había ensuciado las sábanas de camas ajenas, había dejado su olor en la vida de muchas mujeres. Pero no había conseguido sacar de la suya, los malos momentos que aún le rodeaban. El teléfono parecía estar tranquilo ahora, Volvió dentro de casa. Intentó entrar en calor.  Intentó volver a lo que era. Pero ya no era lo mismo. Todo los días intentaba pegarse un trozo de nuevo, pero necesitaría una vida para reconstruirse solo, y no tenía el alma para pedir ayuda. Sus mecanismos de supervivencia seguían rotos. Y ya no tenía el bolsillo para almas caritativas. 
El teléfono empezó a vibrar. 
La historia volvía a repetirse.
La locura se apoderaba de él.
Solo deseaba dejar de seguir las olas que rompían en la playa a los pies de su apartamento y huir de los terremotos que las causaban.

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