sábado, 27 de diciembre de 2014

R u mine?


Hay muchas cosas que ni yo mismo sé explicar. Y me cuesta. Es como respirar bajo el agua con una bombona de oxígeno ajeno. ¿Sabes a lo que me refiero? Algo increíble. Así lo definiría yo. Así lo definí. Hay muchas cosas que nunca he llegado a creerme. Como que hay alguien esperando por ti en algún sitio y no lo sabe, y posiblemente lo encontrarás fumando un cigarrillo apoyado en sus sueños, mirando al cielo. Y vuestras miradas se cruzarán, y sabrá que eras lo que había estado esperando.

Yo nunca fui lo que nadie esperaba. Ni siquiera yo esperaba por mí mismo. Pero te encontré. Y no estabas fumando. Tampoco mirabas al cielo, sino no me habrías visto.

Ahora, vivo en un lío constante. No sé qué hacer cuando me dan ganas de gritar. O cuando te apareces en alguno de mis sueños. No sé qué hacer con mis ganas de verte, de tenerte entre mis brazos. ¿Y ahora qué? ¿Qué haré con las ganas que me faltan o con las que me sobran? Odio oír canciones que me recuerda a ti. Esos momentos que avivan mis ganas.

Hay muchas cosas que ni yo mismo sé explicar, y ahora tengo un te quiero atragantado, que no puedo decir. Y sigo sumando.

Día a día, siempre uno más.

"Sueño con ser libre, dar rienda suelta al tiempo
hoy sueño que te tengo, ya recupero el aliento."

lunes, 8 de diciembre de 2014

Días, tarde y noches de esquizofrenia aguda, a manos de la locura.


Encendió un cigarrillo a la mitad. El teléfono vibraba sin parar y una y otra vez aparecía un nombre que deseaba olvidar. Salió a la terraza en busca de alivio, de aire, de silencio. Quería que su mundo dejara atrás todo aquel terremoto que le había puesto patas arriba. Poner los pies en la tierra. Dejar atrás todo lo que lo destrozaba. Era un hombre en pedazos, tan pequeños, que eran imposible recuperarlo totalmente. Había ensuciado las sábanas de camas ajenas, había dejado su olor en la vida de muchas mujeres. Pero no había conseguido sacar de la suya, los malos momentos que aún le rodeaban. El teléfono parecía estar tranquilo ahora, Volvió dentro de casa. Intentó entrar en calor.  Intentó volver a lo que era. Pero ya no era lo mismo. Todo los días intentaba pegarse un trozo de nuevo, pero necesitaría una vida para reconstruirse solo, y no tenía el alma para pedir ayuda. Sus mecanismos de supervivencia seguían rotos. Y ya no tenía el bolsillo para almas caritativas. 
El teléfono empezó a vibrar. 
La historia volvía a repetirse.
La locura se apoderaba de él.
Solo deseaba dejar de seguir las olas que rompían en la playa a los pies de su apartamento y huir de los terremotos que las causaban.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Más ciegos que dos ciegos que no quieren verse.

Eran más de las 7 de la mañana cuando decidió darse por vencido. Él no estaba hecho para soñar. Ni siquiera podía decir que estuviera completamente hecho. Cansado de dar vueltas en la cama, encontrándose una pesadilla en cada esquina, echó a correr. A huir de todos y de todo. A llenar su cabeza de basura, para sentirse lleno y ahorrarse las heridas. Porque quién no sabía que era la última basura escondida en este país, y en este planeta, y en este mundo y en cualquier otro. Ya no quedaban sueños, ya no quedaba nada y eso era lo más triste. Pero había alguien que había visto, más allá de la capa de mugre creada por sus complejos, por su soledad. Y estaba ya tan ciego, que ni eso era capaz de ver. Y acabó perdiendo la oportunidad de ser feliz, por lamentarse de su infelicidad.

miércoles, 27 de agosto de 2014

A base de caer y levantarnos, podemos recordar los pasos que nos llevaron a perder el centro.


La lluvia podía oírle mientras caía. Fue un sonido sordo, estrepitante, vacío. Sus dos rodillas cayeron a la par en el mojado suelo de mármol, sobre el que había llorado el cielo. Apretó las manos. Sus lágrimas no caían, era demasiado fuerte para eso, pese a estar más roto por fuera, que por dentro. No dejaba de mirar el suelo, incapaz de levantar la cabeza, permaneció inmóvil. No podía mirar arriba, donde alguien se compadecía de él, por tener entre sus manos los pedazos de un corazón, al que le habían borrado el remite. 
Había aprendido una fórmula para evitar el dolor, pero esta vez, no había solución. Estaba perdido, y no se encontraba. Su cuerpo se había convertido en un laberinto sin sentido, sin salida, sin remedio. Las gotas seguían golpeándole la cabeza, dándole ánimos. 

Y al final la encontró. Y bajito, le dejó a cada pedazo de corazón un recado para dar:



"Por favor, dile al amor que me rindo."

domingo, 29 de junio de 2014

Amar y desamar.

Le gustaba hacer el desamor entre las sábanas de la cama de arriba. Recorrer y marcarse la piel con los dientes, dejando una firma inconfundible. Taparse los ojos y robarse besos. De esos que no se devolvían nunca. Que eran para siempre. Se vomitaban los sentimientos porque eran incapaces de digerirlos. Era algo que ni ellos mismos se tragaban. Un libro, una película, una canción, un teatro. Se enzarzaban en una lucha por ver quién era el dominante -quien amaba- y quién el sumiso -quien era amado-. Al final todo acaba en tablas para ambos, porque ninguno podía amar sin que lo amaran. Y, entre las sábanas de la cama de abajo, acababan haciendo el amor.

Prólogo: El inicio en el final.


Nadie se da cuenta de que mi vida, gira alrededor de un libro. Un libro en blanco que nadie puede leer, lleno de mí. Quizás esto solo sea una metáfora para deciros que nunca a habido nadie que me haya entendido. Que para mí el mundo está lleno de desconocidos que, a veces, quieren conocerse. Y así nace el amor. Cuando un libro se convierte en la continuación de otro, cuando al principio, ni siquiera lo imaginabas. 

Luego hay libros que se acaban, libros que nunca se terminan, a medio escribir. Unos escritos con la mano temblorosa y otros firmemente. Mi libro está apenas sin empezar y no tengo pensado ningún gran final, y, mucho menos, una continuación.  Pero yo sabía que nadie querría leer(me). Miis capítulos están llenos de ti y sé que yo aparezco en alguno de los tuyos. Aunque también sé que nunca podré ser la segunda parte de tus días, y desaparecerás en algún lugar de mis próximas páginas, y, aun así, me falta valor para dejar de escribir.

La luz entra por la ventana, el tiempo se detiene, y yo no lo entiendo. Pero, por favor, dile al amor que me rindo, que nunca nos entendimos. Que no soy yo, que es él. Que no me llame más. Que no me de un para siempre con fecha de caducidad, y que se deje de tópicos absurdos que hoy he tachado de mi prólogo.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Buscaba palabras entre las sábanas de un desconocido.

Hizo una montaña de arena con su cúmulo de pequeños problemas, así podía tragárselos todos del tirón y no dejar ninguno. Era una persona indecisa, no sabía qué le aportaba la felicidad y qué la tristeza, así que iba tanteando a ciegas. Explotando seis veces por minuto.

Un día la ves y al siguiente ya se había ido, con su maleta llena de sueños y algún que otro remordimiento, buscando de cama en cama alguien con suficientes lunares en la espalda, para contarlos durante toda la eternidad, y perderse entre lo caminos de piel en los que escribía cartas de agradecimiento. 

Se ataba a una farola y esperaba en la luz, bailando bajo la luna loca, a alguien que la recogiera y le hiciera el amor, y la hiciera olvidar, su montaña de problemas, que nunca supo digerir.

Porque era una transeúnte solitaria, en busca de alguien que explotara con ella.

sábado, 22 de marzo de 2014

"Altamente volátil" decía, pero yo la abracé y explotó.

"Ese día no supe si correr o explotar en el mismo sitio. Fue como un cúmulo de sentimientos, de esos que son altamente volátiles. Así que empecé a llorar. A soltar todo lo que tenía que decirte y no pude, desbordándo-me. Hay veces que mirar atrás nos hace daño, que de caernos tantas veces ya lo hacemos por pura monotonía. Repetía errores por pura diversión y no quería que tú, pudieras ver lo débil que era yo -cuando nadie me veía-.

Por las noches, solo podía pensar, y quizás eso fuera lo que más daño me hacía. ¿Por qué  las esperanzas, sabiendo que siempre se equivocan, usan una brújula desimantada? He decidido perderme, es ahora o nunca porque demasiado de ti hace que pierda lo poco que tengo de mí. Quizás lo más arriesgado no es quererte, sino vivir sin olvidarte, contigo pero sin ti. ¿Me entiendes? No es que dejara de quererte, es que tuve que dejar de hacerlo. Por ti y por mí. Quizás más por mí que por ti. Quizás es muy egoísta de mi parte, pero si nunca te tuve, al menos me queda tenerme a mí. Huiré por el tiempo, esperaré por las calles de la ciudad y tal vez, algún día te vea, y en vez de romperme, me reconstruya.

¿Sabes? Me hice adicta al amor descafeinado, más noches en vela pensando que noches amando."

Cuando dejó de escribir, cerró el sobre y echó la carta al buzón sin dirección para que algún día, cuando se pierda de nuevo entre su olor y su voz, recuerde esas noches tan amargas, sin azúcar en el café.

Así siguió adelante, con el corazón roto.

- ¿Te acuerdas de la primera vez que hicimos el amor? 
Él la miró. Había extrañeza en su mirada, como si pudiera ver a través de las miles de máscaras que ella tenía puestas, una encima de la otra. Podía percibir el leve temblor de su cuerpo, sus hormonas ir y venir, la adrenalina exhalándose por su boca, deslizándose por sus labios. En ese momento no la reconoció, con los sentimientos a flor de piel, y los recuerdos flotando en la tristeza.
- ¿Cuándo hemos hecho el amor nosotros?, respondió él. 
Y ella se rompió en doce pedazos. Uno, por cada mentira, dos, por cada promesa, tres, por cada día juntos, cuatro, por cada vez que su olor se había quedado en su ropa, cinco, por cada sonrisa sin razón, seis, por cada recuerdo, siete, por cada instante que se paró el mundo, ocho, por cada carcajada que se ha quedado en el aire, nueve, por cada vez que entró en su habitación, diez, por cada roce, once, por cada beso, doce, por cada tal vez que tal vez jamás ha existido.

"Y ahora tendré que salir a buscarme alguien que me arranque de cuajo la pena. De alguna manera tendré que olvidarte..."

Fragmentos que forman imágenes.

Nunca pude verlo porque me tapaba los ojos, con mis propias manos y jugaba a imaginar, que quizás me querías, que quizás me querrías. Nunca quise empezar de nuevo, borrar los recuerdos, las canciones que te recordaban, las palabras que te dibujaban en mí. Aprendí a vivir con los ojos cerrados, atada a una cuerda que terminaba en esperanza. Repitiéndome una y otra vez, las cosas que me rompían para hacerme a la idea, que eran fantasías. Dependiendo de unos brazos que me agarraban fuertemente y me decían que todo era una mentira. Y lo supe. Y lo supiste. Y lo supieron. Que todo lo que vivimos solo un fue un cuento que nunca acabé.‏